Corrían finales de los 60's y principios de los 70's. Cursaba yo el tercero o cuarto de primaria. Tenía entonces 8 ó 9 años. Por un tiempo nos quedamos sin clases de gimnasia y entonces la profesora Genoveva, que era muy gorda y apenas se podía mover, me ponía a mí a dar la clase de yoga a mis compañeros. Salíamos al patio en camiseta y short blancos. Corríamos un rato y luego la profesora nos acomodaba en cinco o seis líneas de 7 o seis chamacos. Yo enfrente. Entonces comenzaba a hacer diferentes posiciones que bautizaba según recordaba su nombre y mis compañeros tratando de imitar las figuras: que la flor de loto, que el árbol, que ahora para atrás con las piernas dobladas, que el arco, que para arriba con los pies hacia el cielo, que la cigüeña y ... Todas las posiciones (ahora sé que se llaman ásanas) las tomaba yo de un libro de pasta roja que había en casa. Yoga para todos se llamaba. Yo nadamás veía las fotos y leía el pie de foto, con eso era suficiente para imitar las formas. Era muy flexible y me resultaba retador y divertido. Los discípulos, mis compañeros, seguían atentos mis indicaciones y a mí eso no me sorprendía. Ahora que han pasado casi cuarenta años, me lo explico pensando que también para ellos resultaba placentero y divertido estirarse tratando de lograr posiciones chistosas.
Recordé todo este episodio hoy mientras realizaba un relajación en mi clase de Yoga. Me tocó dar la clase porque el profesor no fue, yo me ofrezco y mis compañeros complacidos aceptan mi dirección. A mí me da una gran satisfacción poder coordinar la actividad, me siento feliz de que ellos confíen en mí y no puedo dejar de pensar que todo comenzó con aquel libro de pastas rojas y fotos en blanco y negro que me enganchó.
1 comentario:
Qué bien! Yoga, recuerdo cuando hacia mis intentos viendo un programa de televisión en las madrugadas... no sabía que le gustaba profesora! después me pasa los datos de a donde va a clases :D
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