viernes, 17 de junio de 2011


No puedo dormir. Me levanto a comer algo, quizá con algo en la panza recobre el sueño. Me han dolido los huesos. Puede ser que sea el resbalón del otro día en el baño, puede ser que mi cuerpo extrañe la práctica del yoga. Pero he faltado por lo mismo, estoy deprimida. La imagen de este perro esclavizado no me ha abandonado. Allí está él ahora, atado a esa corta cadena, no puede ni echarse porque la han dejado tan corta y sujetada de tal modo que no puede ni echarse. Todo esto me jode mucho, los albañiles no reparan en eso, están tan jodidos ellos que no pueden pensar en el perro. Pienso que su vida es tan miserable que no les queda ni un poco de compasión para este perro. A nadie le importa. Pienso que si llego y les digo que le aflojen la cadena un poco, que no lo torturen más, me verán como una loca, como un enemigo que molesta. Por qué mejor no nos trae un poco de agua a nosotros que estamos trabajando de sol a sol, por qué chingados piensa en esa bestia que nosotros no miramos ni de soslayo. Pinche vieja loca, mejor que se vaya al carajo, no sea que nos la vayamos a chingar por metiche. O mejor le soltamos al perro para que la muerda y le destroce la cara, a ver si sigue preocupándose por el animalito. Y luego está él, allí, jodido a más no poder, pagando una manda que sabe dios quién se la impuso. No hay santo alguno que pueda auxiliarlo, no hay un pinche santito que se apiade de él. Le tocó la mala suerte, le tocó la pinche puta mala suerte.