lunes, 7 de mayo de 2012

Interesante investigación sobre racismo

Vean este video y agreguen un comentario por equipo.

jueves, 16 de febrero de 2012

Ardientes ideas, crónica (inconclusa) de una vocación incendiaria

“Donde se queman libros, se acaba quemando hombres”
“Donde se quiere a los libros también se quiere a los hombres”.
Heinrich Heine




Quemar libros ha sido, por desdicha, una práctica común en distintas épocas históricas. El odio y el resentimiento han encontrado su receptáculo simbólico en estos objetos que a su vez constituyen la prueba más contundente de la cultura y sabiduría del hombre. Bien vista, la quema de libros simboliza un atentado a la cultura, al hombre. La humanidad mordiéndose la cola, ¡vaya impudicia!

Todas las evidencias apuntan a que en esta suerte de bibliofobia histórica los libros son blanco de ataques en tanto vehículos de conocimiento, medios de propagación de la cultura, no por su condición de libros, sino por su contenido, lo que introduce el ingrediente ideológico en las deliberaciones del tema. Es decir, en cada época y de acuerdo con las luchas ideológicas de los grupos sociales en pugna, los libros que son condenados a la pira representan la derrota (momentánea) de quienes los suscriben, ya sea como autores o como lectores.

La piromanía libresca data de tiempos muy antiguos. La refrencia más remota se localiza en el siglo XIV a.n.e., cuando Akenatón, décimo faraón egipcio, fundador de la primera religión monoteísta, enviara a la hoguera todos los textos contrarios a su pensamiento. A su muerte, los sacerdotes ofendidos se vengaron de él haciendo lo mismo con sus obras. En el año 220 a.n.e. el emperador chino Qin Shi Huang, constructor de la Gran Muralla, destruía toda la historia de su país y toda la filosofía china de Confucio a Lao-Tse, porque sus principios eran contrarios a los suyos.

Ya en nuestra era, en el siglo III, la historia registra la quema de la Biblioteca de Alejandría, aparejada con la sanguinaria muerte de Hipatia, ambos acontecimientos enmarcados en la pugna que entonces se registraba entre cristianos y judíos contra lo que ambos consideraban prácticas paganas. No muy lejos de ahí, en El Cairo, Saladino quemó en 1171 la biblioteca de la ciudad que resguardaba textos contrarios al islam. También en aquella época, hay registros del saqueo, a manos de los cruzados, de la biblioteca de Constantinopla, donde se agrupaba toda la literatura griega.

300 años más tarde, no bien el mundo daba la bienvenida a la imprenta de Gutenberg en la Edad Media, Torquemada, el padre de la Inquisición, haciendo honor a su nombre, daba rienda suelta a sus ímpetus incendiarios acabando con todo aquello que atentara contra los que él decretaba intereses de la Iglesia. “Había que hacer desaparecer las obras traducidas del griego, del hebreo, del árabe y del caldeo, tanto al latín como en lenguas profanas, libros que tuvieran errores de fe y de dogmas, que fueran perniciosos, así como libelos difamatorios contra personas de alto rango” (Bula Inter sollicitudines, Concilio de Letrán 1515).

En América la Inquisición no fue menos activa en materia de piromanía libresca. Importantes obras prehispánicas consideradas por los conquistadores como paganas, fenecieron convertidas en cenizas, como los manuscritos mayas encontrados en la península de Yucatán, destruidos por órdenes de Fray Diego de Landa en julio de 1562. Las llamas alcanzaron incluso el trabajo realizado por misioneros españoles que habían logrado recopilar minuciosamente aspectos de la cosmovisión precolombina, como fue el caso del Códice Florentino, obra en doce volúmenes que con paciencia y dedicación había conjuntado el franciscano Bernardino de Sahagun.

Por esa época también se registra la denominada “Hoguera de las vanidades”, en Florencia, que representó la pérdida de cuantiosos libros y obras de arte. Este festín ardiente fue promovido por Girolamo Savonarola, un religioso dominico que predicaba en contra del lujo, el lucro y la depravación, pero que, paradojas del destino, posteriormente también terminaría en la hoguera a manos de la Inquisición.

Pero aun épocas más recientes y que suelen tener un aura menos oscurantista que la atribuida de ordinario a la Edad Media, cuentan con penosos episodios de quema de libros. La Revolución Francesa, que tiene la fama de ser la primera revolución de la era moderna, o con la que se inaugura la modernidad; fruto, además, de las ideas de la Ilustración, condujo a la quema tanto de archivos parroquiales como de bibliotecas señoriales. Durante la Revolución Francesa (1789) los comuneros destruyeron todos los textos reales y las bibliotecas del ayuntamiento. Así como la guillotina se encargó de poner fin a la vida de miembros de la monarquía y todo aquel sospechoso de atentar contra la revolución, durante el llamado régimen del terror, encabezado por Robespierre, las llamas acabaron también con miles de libros.

El 10 de mayo de 1933 se registró lo que se ha dado en llamar el bibliocausto, porque miles de libros considerados antigermánicos o de autores judíos fueron incinerados en Berlín. En el índex de autores considerados antigermánicos se incluía desde los que tenían tendencias políticas contrarias, como comunistas, hasta los pensadores pacifistas o simplemente librepensadores. El bibliocausto se prolongó durante toda la cruzada nazi en territorios ocupados. Sin embargo, al término de la guerra y tras la debacle del dominio del Tercer Reich, los aliados continuaron con la bibliofobia al confiscar y destruir 30 mil libros de autores alemanes y extranjeros o de todos aquellos textos que tuvieran que ver con la cultura germana.

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y la ulterior conformación de bloques hegemónicos, la llamada guerra fría trajo como consecuencia la pugna ideológica entre izquierdistas y derechistas. Durante el largo periodo de esta pugna (1945-1989) libros y lectores que ambos bandos consideraban ideológicamente incorrectos fueron víctimas de la persecución y censura.

En el marco de la guerra fría, los aliados latinoamericanos de uno y otro bando fueron también protagonistas de diversos episodios pirolibrescos. En Chile, luego del golpe militar que derrocó al gobierno izquierdista de Salvador Allende en 1973, la dictadura pinochetista mandó requisar y quemar miles de libros considerados como desestabilizadores, entre los que destacan aquellos escritos por Gabriel García Márquez y otros autores como Neruda, Cortázar y Galeano.

Similar situación se registró en Argentina, luego del golpe militar que en 1976 derrocó al gobierno de Juan Domingo Perón, cuando un alto jefe castrense con asiento en Córdoba, ordenó una quema colectiva de libros, entre los que se hallaban obras de Proust, Vargas Llosa, Saint-Exupéry, además de los ya mencionados, entre muchos otros autores.

Aunque la guerra fría concluyó, la furia flamígera contra los libros y sus autores no ha terminado. Ya sea por cuestiones ideológicas o religiosas, los bibliofóbicos no han dejado de existir. Uno de los casos más recientes lo hallamos en Venezuela, en el estado de Miranda, donde diferentes reportes de prensa dieron cuenta de la quema de más de 60 mil títulos por estar “relacionados con el imperio estadounidense”, según declaraciones de los bibliotecarios que atestiguaron la acción incendiaria.

En México, la regidora de León, Guanajuato, Hortencia Orozco Tejada, junto con miemros de la Coalición Ciudadana por la Familia y la Vida, deshojaron ejemplares de libros de Biología de primer grado, Ciencias I y Formación Cívica y Ética II de secundaria de la SEP, los cuales arrojaron a una tina de metal y les prendieron fuego. Fascinada por el calor de las llamas, la edil dijo satisfecha a la prensa: “ Expresamos nuestro apoyo a la educación sexual basada en valores y nos manifestamos en contra de imposiciones ideológicas y sin perspectiva de familia”. La regidora calificó los libros de la Secretaría de Educación Pública de “perversos” porque “erotizan y pervierten a los niños, además de que fomentan la homosexualidad y la promiscuidad.”

Y como esta historia amenaza ya con quemarme las pestañas, he de poner fin al recuento consignando la más fresca noticia sobre la ya larga afición pirolibresca. Se trata del pastor pentecostal Terry Jones, de Gainesville, Florida, quien cumplió el pasado 20 de marzo su amenaza de quemar el Corán, tras un acto en el que realizó un “juicio contra el Corán”. El pastor Jones afirmó, al terminar su piromaniaca actuación: "Nosotros creemos que partes del Corán, si son tomadas literalmente, sí llevan a la violencia y a actividades terroristas, promueven el racismo o los prejuicios contra las minorías, contra cristianos, contra mujeres".

Hasta el momento de terminar estas líneas no se había tenido noticia de que algún grupo musulmán respondiera con la misma moneda (aunque sí se supo que en represalia había sido atacado un cuartel estadounidense en Afganistán), pero no será de extrañarse que en un futuro no muy lejano nos enteremos de que allá en el Medio Oriente algunos fanáticos enardecidos prendan fuego a algún texto pentecostés, si no es que la Biblia misma.

martes, 7 de febrero de 2012

Muestra de historietas




Con gran aceptación por parte de los alumnos, se llevó a cabo la primera muestra y lectura de historietas y fotohistorietas en el Cobach.

Cerca de 200 historietas y fotohistorietas fueron expuestas en un pequeño puesto de revistas que se improvisó en los patios de la escuela, en donde los alumnos podían acercarse y solicitar a los encargados del estanquillo alguna de las historietas o fotohistorietas que los propios alumnos de sexto semestre habían realizado.

Apoyados en diversos texto narrativos (cuentos, leyendas, mitos, corridos y canciones) los alumnos que cursan la materia de Estrategias de Lectura y Escritura II elaboraron historietas y fotohistorietas a través de las cuales ofrecieron sus propias adaptaciones gráficas de las historias leídas.

Poco a poco los estudiantes fueron dando forma a distintas narraciones gráficas, ofreciendo una muestra de su gran creatividad e ingenio.

Al cierre de esta actividad, los bachilleres tuvieron oportunidad de compartir su trabajo con el resto de la comunidad a través de un original puesto de revistas que los mismos alumnos ayudaron a levantar. Los visitantes podían llegar a El Estanquillo, solicitar la historieta o fotohistorieta de su interés y leerla en los alrededores bajo la consigna de regresarla al puesto en cuanto la terminaran.

Fue así que de pronto el área se vio llena de muchachos que leían divertidos e interesados las distintas propuestas visuales de sus compañeros.

Sin duda una de mis mejores experiencias como maestra.